Yo iba en camino al castillo dispuesto a rescatar a la Princesa, pero a mitad de mi recorrido me encontré con la Bruja. Quise negociar con ella el rescate de la Princesa. Nos sentamos largo y tendido a platicar. Le escuché muy atentamente todos sus argumentos e indagamos muy a fondo sus razones para odiar, envidiar y maldecir a una persona inocente.
Quizá sea cosa de no creerlo en un cuento de hadas como este, pero la Bruja lloró inconsolablemente. La abracé, la consolé y le dije que todo iba a estar bien y que yo la iba ayudar a romper con todas sus cadenas de amargura que le calcinaban la existencia.
Aquellas causas que la llevaron a convertirse en una malvada bruja tenían una razón de ser que se escondían muy en el fondo de su pasado, entre patrones de conducta heredados de sus ancestros y secretos ocultos que un día decidió hacerse creer a sí misma que nunca habían ocurrido.
—Nadie jamás se había tomado el tiempo de escucharme. —Me dijo dándome las gracias y me abrazó fuertemente.
La miré profundamente a los ojos y pude ver en su alma una gran necesidad de amar y ser amada.
Pero para no hacerles el cuento más largo, se los voy a confesar:
Yo iba dispuesto a rescatar a la Princesa, pero… me enamoré de la Bruja.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.
Postdata: Mil disculpas si este cuento no termina de la misma forma en que ustedes ya están acostumbrados, pero es mi libre derecho a elegir a quien amar y por quien ser amado. Estoy seguro que ustedes me lo van a entender y de verdad se los agradezco.
Postdata otra vez: Perdón, por si acaso hubieran querido saber que fue de los protagonistas, a grandes rasgos les diré:
Y vivimos felices la Bruja y yo, no ha sido nada fácil, pero nos hemos comprometido mutuamente a superar cada obstáculo que se nos presente en el camino poniendo siempre como prioridad nuestro amor.
Y de la Princesa no se preocupen, la Bruja después de sentir que alguien la amaba verdaderamente y que no la juzgaba por su pasado, decidió liberarse de toda cadena de odio, envidia y amargura que guardaba en el fondo de su ser, y eso, obviamente, ha liberado, desde luego, también a la Princesa.
El problema es que la Princesa sigue esperando por aquel apuesto Príncipe, joven, elegante y bien parecido, que sea todo un caballero tierno y detallista, dueño de casi toda la comarca y que esté dispuesto a rescatarla de aquel castillo que ya no existe, más que en su imaginación.